Raoul Vaneigem y el Coronavirus,
o cómo la mentira da paso al colapso general
Ya hay texto de Raoul Vaneigem sobre el asunto. Lo ha publicado en https://lavoiedujaguar.net/Coronavirus. Podéis leerlo en francés. El texto es breve, como la mayoría de artículos que en general se están publicando sobre esta pandemia. En realidad es un problema que está en relación con muchos otros y es difícil coger una u otra dirección a la hora de abordarlo. El Coronavirus da para mucho y supongo que en los meses venideros todo el mundo vaya desarrollando discursos que adopten una mayor perspectiva. El caso es que Vaneigem acaba de publicar un texto de once párrafos en el que lanza algunas ideas muy interesantes al respecto, ideas que paso a desbrozar.
El texto empieza haciendo referencia a las maldiciones divinas, poniendo como ejemplo la matanza de jesuitas que llevó a cabo el marqués de Pombal en 1755 aprovechando el terremoto de Lisboa. Según Vaneigem no importa cuán atroz pudiera ser Pombal, pero éste se sentiría “insultado si se comparase su golpe dictatorial con las miserables medidas que el totalitarismo democrático está aplicando en todo el mundo por la epidemia de Coronavirus” [las cursivas son mías]. Después recurre a más comparaciones; habla de las grandes epidemias de peste del pasado y compara la furia divina con las crisis económicas actuales, afirmando que: “la locura del dinero ha suplantado a los dioses sanguinarios y caprichosos del pasado” y nos recuerda que el progreso científico de “los administradores de la deshumanización global” causan catástrofes fatales que afectan irremisiblemente a la naturaleza y la humanidad.
Prosigue lanzando una crítica a esa subordinación de la salud pública a las leyes de la ganancia y la rentabilidad. Y lo hace en estos términos: “El sector hospitalario paga el precio de una política que promueve intereses financieros a expensas de la salud de los ciudadanos. Siempre hay más dinero para los bancos y cada vez menos camas y cuidadores para los hospitales”, algo que más o menos sabíamos pero que esta crisis ha evidenciado en cuanto el número de muertos por fiebre ha sido superior a la capacidad de absorción de enfermos del sistema. Después aborda la cuestión del estado de pánico en el que estados de todo el mundo están confinando a su población: “parece no menos obvio que lo que cubre y subyace a la epidemia del Coronavirus, es una plaga emocional, un miedo histérico, un pánico que al mismo tiempo oculta la escasez de tratamientos y perpetúa el mal enloquecedor del paciente”. Pero no se limita a ver en la irrupción del Coronavirus una justificación del miedo por parte del Estado para facilitar su dominación sino que trata de ver algo de positividad en ello pues es, sin duda, un golpe de verdad, una bocanada de realidad que, dada la falta de percepción, pensamiento crítico y consciencia de estar ante un despeñadero ecológico y social, necesitábamos de manera urgente.
Es cierto que muchas personas que negaban el ecocidio ahora lo ven más nítidamente. Es cierto que cuando hablabas a mucha gente, con datos en la mano procedentes de instituciones como la propia Agencia Internacional de la Energía, acerca de los límites biofísicos del planeta, del cénit del petróleo y del cénit de otros recursos fósiles como el gas natural y el carbón, o del agotamiento de muchos minerales como el cobre (se habla ya del “peak everything”), todos miraban para otro lado o recurrían a un mecanismo de negación inconsciente que les llevaba a responder: “Ya descubrirán algo” o “Confiemos en la capacidad de innovación de la humanidad”, mecanismos tecnolátricos muy habituales en la industria del ocio actual e incluso en muchos círculos académicos de las áreas científicas. Ahora, gracias al Coronavirus, muchos y muchas le han visto las orejas al lobo y sus mecanismos de negación ya se han empezado a resquebrajar. Además, muchos y muchas que han votado a partidos que no dudaban en recortar en gasto sanitario y privatizar hospitales ahora se lo pensarán dos veces antes de hacerlo. En ese sentido Raoul Vaneigem se pregunta: “¿Era necesario el coronavirus para demostrar al más terco que la desnaturalización por razones de rentabilidad tiene consecuencias desastrosas para la salud universal, la que gestiona sin abatimiento una Organización Mundial cuyas preciosas estadísticas compensan la desaparición de hospitales públicos?”
Si el capitalismo fosilista hace aguas por todas partes, el Coronavirus es uno de sus agujeros. Cuando Vaneigem asegura que “Existe una correlación obvia entre el coronavirus y el colapso del capitalismo mundial” dan ganas de pedirle que desarrolle esa ligazón; supongo que lo hará en breve aunque todos y todas ya sabemos que en eso tienen mucho que ver la globalización industrial capitalista, el extractivismo depredador, el infierno urbanizador, los transgénicos, la contaminación de mares, lagos y ríos, la explosión demográfica, la agroganadería industrial, el turismo de masas, el sistema de transportes internacional y el low cost generalizado.
Por otro lado, hacia el final del texto, reflexiona sobre el encierro obligado en el que muchos y muchas nos hallamos. Aunque muchos de los entretenimientos programados de nuestro día a día han sido “cancelados” como los espectáculos de masas, la televisión e Internet siguen ahí, en nuestros móviles y salones. A tenor de sus palabras da la sensación de que Raoul Vaneigem ve en ellos algo positivo pues, aún confinados en casa, delante de la televisión y sometidos a los medios de comunicación habituales, afirma que: “incluso la mentira da paso al colapso general. La cretinización estatal y populista ha alcanzado sus límites”. Aunque existan motivos económicos de peso, no es casual que programas como Operación Triunfo se hayan cancelado; quizá también haya influido el pudor y la vergüenza de los responsables de programación, al verse en la ingrata tesitura de tener que mantener semejantes trampantojos mediáticos con un trágico golpe de realidad como es el Coronavirus, golpe que está haciendo ya reflexionar a muchos y muchas, y percibir de otro modo.
La mentira, según Vaneigem, “no puede negar que una vivencia está en progreso. La desobediencia civil se propaga y sueña con sociedades radicalmente nuevas por tanto radicalmente humanas”. Este estado de alarma, a pesar de obligar a trabajar a unos –para no romper del todo la rueda de la producción-consumo- y someter al “confinamiento forzado” a otros, tal vez les haga a todos y todas perder el miedo a pensar por sí mismos, pues ya hemos empezado a percibir el declive capitalista que nos impide pasear, reunirnos, y mañana, tal vez, a muchos y muchas, volver a practicar turismo de masas, seguir trabajando o poder pagando el alquiler. Y tras recordar el rechazo por parte de los huelguistas ante sus propuestas recientes de no pagar multas o recurrir a la insumisión fiscal como método de lucha, Vaneigem reconoce que: “El colapso del Leviatán ha conseguido convencer más rápido que nuestra determinación por derribarlo.”
Otra de las observaciones más atinadas tiene que ver con que, aunque el capitalismo termo-industrial y financierizado siga su curso, el Coronavirus ha demostrado que materialmente es posible un parón –aunque sea limitado y parcial- de la producción y el consumo. Es un parón reducido, es cierto, pero inimaginable hace escasos meses cuando al calor de la Cumbre del Clima (COP25) se desoyeron todas las peticiones de los movimientos ecologistas para frenar la emisión de dióxido de carbono en la atmósfera. “El Coronavirus lo ha hecho aún mejor”, nos dice Vaneigem, pues “El fin de las nocividades del productivismo ha reducido la contaminación global, salva a millones de personas de una muerte planificada, la naturaleza respira, los delfines vuelven a divertirse en Cerdeña, los canales de Venecia purificados del turismo de masas se llenan de agua dulce, el mercado de valores se derrumba. España decide nacionalizar los hospitales privados, como si estuviera redescubriendo la Seguridad Social, como si el estado recordara el estado de bienestar que destruyó”. Y es verdad; todos hemos podido comprobar cómo, tan sólo en unos días, se respira aire más limpio y se pasea –aunque esté siendo bajo el fingimiento de ir a hacer la compra- con menos contaminación acústica. En Venecia, por ejemplo, sus vecinos se han sorprendido de ver las aguas transparentes, incluso han podido ver peces. Aunque sea de forma reducida y aunque ignoremos hacia dónde nos encaminamos, estamos viviendo un breve parón en nuestras vidas que nos está haciendo replantearnos muchas cosas. A pesar de este encierro forzado, injustificado o no según criterios sanitarios, concluye Vaneigem: “Nuestro presente no es el confinamiento que la supervivencia nos impone, es la apertura a todas las posibilidades. Es bajo el efecto del pánico que el estado oligárquico se ve obligado a adoptar medidas que solo ayer decretó imposibles”. El Coronavirus ha servido, también, para evidenciar el cinismo con que la gran burguesía y de la casta política que ha dirigido el Estado justificaban la «austeridad». Al final del texto Vaneigem deja abierta la puerta a la pasión de lo colectivo, a la reconfiguración de la lucha venidera; “La cuarentena es buena para pensar. El encierro no elimina la presencia de la calle, la reinventa. Déjenme creer, con un escepticismo contra toda prueba, que la insurrección de la vida cotidiana tiene virtudes terapéuticas inesperadas”. Tal vez este encierro sea eso: un paso para atrás ahora pero dos hacia delante después.
Vicente Gutiérrez Escudero
18 de marzo de 2020, año de la Neopeste.
https://lavoiedujaguar.net/Coronavirus
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